Tener una empresa puede ser malo para su salud

Por Max Mojica 19 febrero, 2018

Eusebio estaba graduándose de la Universidad, que tanto esfuerzo le había costado a él —porque estudió y trabajó— como a sus padres, que siempre le echaron una mano. Chebo, como era conocido por sus cheros, soñaba en grande: ¡quería poner una empresa! Él no quería ser empleado como todos sus amigos y parientes, el sería un empresario de éxito.

Investigó en internet hasta que encontró un proveedor de calcetines, que se los dejaba a buen precio. Una tía con pisto, hizo de financista y el cuarto de la hermana que se acaba de casar, sería su bodega-oficina. Con su pujante entusiasmo, decidió salir a averiguar sobre los trámites para empezar una empresa formal.

Fue al CNR para averiguar cómo era la cosa; ahí le dijeron que, para tener un negocio formal, primero tenía que ir al notario para que le hiciera una escritura. Salió algo preocupado: no conocía a ningún notario, pero, decidido a echar a andar su plan, buscó a uno recomendado por un catedrático.

En la oficina notarial le explicaron que a pesar de que nueva sociedad casi no tendría activos, tenía que debía tener un capital mínimo de dos mil dólares, que debería entregar a la sociedad en el plazo de un año. Ahí fue el primer trabón: a Chebo se le bajó el azúcar. ¡Nunca había visto dos mil dólares juntos en su vida! ¡Ni en fotos! Ya recuperado, después del té de manzanilla que le dio la secretaria, recibió otra noticia: además tendría que contratar un auditor para hacer un balance inicial y pagar derechos de registro.

Pasado el susto y sacrificando parte de los fondos que inicialmente iba a destinar para traer producto, Chebo por fin logró inscribir su sociedad, según él, hasta ahí llegaba la cosas. ¡Cuál zapato! Salió del Registro solo para darse cuenta de que tenía que tener matrícula de empresa y establecimiento, sacar NIT y luego el registro del IVA (el trámite es personal, si no tenía que pagar e inscribir un poder); obtener la legalización de los libros contables; presentar solicitud para que la imprenta elaborara facturas y créditos fiscales; y de postre, registrar a la nueva empresa en la Alcaldía… cuando Chebo tuvo a la vista todos esos trámites, se le empezó a caer el pelo.

Como Chebo tenía pensado vender los calcetines en todo el país, decidió contratar a su vecino… ahí se enteró de que para tener planilla, tenía que llevar al Ministerio de Trabajo el contrato de trabajo, debidamente notarizado; el Reglamento Interno de Trabajo; el balance inicial; la credencial de representante legal; el registro de firmas y la matrícula de comercio; el croquis de ubicación de la bodega-casa-oficina; llenar el formulario para registrarse como patrono y, por su puesto, pagar los derechos de inscripción. Cuando finalmente tuvo todo listo, después de una larga cola sin poder desayunar, el de la ventanilla no le recibió los papeles, porque no había agregado la fotocopia del carnet como patrono del ISSS… ahí le empezó un tic en el ojo izquierdo.

Con todo listo para trabajar, el banco le mandó una carta en la que le solicitaba amablemente que le informara si había cumplido con las normas aplicables de la Ley de Lavado de Dinero y Activos; y, en caso afirmativo, que enviara el detalle del Reglamento Interno para evitar Lavado de Dinero, junto a las políticas de cumplimiento y de “conocimiento del cliente”, y el nombre del oficial de cumplimiento… cuando leyó la nota, a Chebo le empezó un leve tartamudeo, que se incrementaba cada décimo día hábil del mes, cuando le tocaba pagar el IVA.

Es que, para abrir una empresa, en promedio se requieren al menos 25 trámites, los cuales toman como mínimo 35 días a un costo de 42.1 % del ingreso per cápita. En comparación, en los países con altos ingresos de la OCDE se requieren en promedio 5 trámites, 9 días y costos del 3.4% del ingreso per cápita. Todo esto nos hace como país, sustancialmente menos competitivos para atraer inversión extranjera. Un ejemplo: abrir una empresa en Panamá requiere solo 5 trámites y tarda únicamente 6 días, con un costo de solo el 6.4 % del PIB, lo cual la ubica muy de cerca con el resto de países desarrollados en cuanto a facilidad para hacer negocios.

Finalmente, cuando Chebo terminó el papeleo, le cayeron las maras a rentearlo. Para que no le diera un infarto, Chebo decidió cerrar y ahora vende los calcetines en una acera en el centro de San Salvador. No le va mal, la verdad. Ya no llena papeleos, no paga impuestos y no reporta nada. Y es que, en El Salvador, en dónde se penaliza la formalidad, mientras se premia la informalidad, ser empresario puede ser malo para la salud.

Abogado,
máster en leyes.
@MaxMojica

Fuente: El Diario de Hoy

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